ENVENENARON A RAFAEL NUÑEZ
EL ESPECTADOR NOS TRAJO UNA VERDADERA HISTORIA QUE SERIA BUENO LA LEYERAN PARA SABER COMO NUESTROS PARTIDOS POLÍTICOS NADA HAN CAMBIADO CUANDO SE TRATA DE HACER POLÍTICA O APOYAR UN GOBIERNO.
TAL VEZ ALVARO URIBE VELEZ QUIERE REVIVIR ESAS ÉPOCAS Y POR ESO NO TIENE LA MENOR VERGÜENZA PARA DEMOSTRARLO.
Por: Juan Carlos Guardela
Extraños tabacos
Fue al mediodía del viernes 14 de septiembre de 1894. Rafael Núñez y su concuñado, Lázaro Ramos, caminaban por una de las calles de Cartagena cuando un hombre conocido se les acercó y les entregó un singular presente: un paquete de cigarros.
Era conocido el gusto de Núñez por los delgados tabacos de Ambalema, pero éstos eran gruesos y, según relatos posteriores, tenían sabor y aroma diferentes. Antes de entrar a su despacho le dijo a Lázaro Ramos que los guardaría para después de la siesta.
Por aquellos días, doña Soledad Román, su esposa, hacía preparativos para un viaje que ambos emprenderían hacia Bogotá en los primeros días de octubre. Núñez, retirado de la actividad política, escribía punzantes artículos en El Porvenir, el diario que había fundado en Cartagena. El fin de este viaje era volver a la palestra política ya que, algunos líderes, solicitaban su quinta aspiración a la Presidencia. El país era un hervidero de pasiones políticas.
La historia reseña lo ocurrido durante las horas posteriores a la siesta. Núñez, se fue a casa de Ramos en El Cabrero. Ramos era esposo de Rafaela Román, hermana de Soledad, a quien Núñez quería mucho y a quien apodaba “La Radicala” por la manera de oponerse al político y cuñado. En la residencia de Ramos, Núñez pasaba horas conversando sobre asuntos de Estado y de literatura y discutiendo con “La Radicala”.
De haber estado presente Soledad Román les hubiera arrebatado los cigarros por tratarse de algo poco habitual. En dos ocasiones en la vida de Núñez, doña Soledad evitó su asesinato. La primera fue cuatro años antes en un barco hacia Colón. Nunca se supo cómo apareció una canasta de frutas y flores que al parecer enviaban como cortesía a la pareja en el puerto de Cartagena. Soledad empezó a indagar y al no encontrar respuesta entre la tripulación y los sirvientes tiró los obsequios al mar.
La siguiente ocasión fue cuando, llevada por su agudeza, sorprendió a un hombre entrando a la casa y envió a varios guardias a vigilar la zona de El Cabrero quienes encontraron entre los matorrales de las playas de la laguna de El Ahorcado a otro hombre con una potente Remintong. Esperaban a Rafael Núñez en uno de sus paseos. Más tarde sería capturado otro que esperaba al mandatario con varios puñales en el cinto escondido en la cocina del Palacio de Gobierno.
Por estos antecedentes y por su redoblada perspicacia, este cambio de tabacos de Ambalema por cigarros misteriosos, no hubiera pasado desapercibido para doña Soledad Román.
A eso de las 4 p.m., Núñez y Ramos empezaron a fumar los cigarros. A Rafaela le extrañó que no fueran calillas de Ambalema y le preguntó la razón. Núñez respondió que alguien se los había obsequiado diciendo “que eran extrafinos y de exquisito sabor”. Rafaela se llevaría el nombre de esa persona a su tumba.
Síntomas
Una vez que los hombres terminaron de fumar, aparecieron los síntomas. José Ramón Vergara, autor del libro Escrutinio histórico, dedica gran espacio al testimonio de “La Radicala”, quien asegura que a Núñez lo envenenaron con esos cigarros y que su esposo Lázaro fue el primero en mostrar los síntomas. “El esposo de dicha dama, don Lázaro Ramos, fumó otro igual, quedando al poco rato aletargado y como narcotizado, sin poder hablar una palabra ––escribe Vergara, le llevaron a su cama y allí recobró poco a poco el sentido, aunque se le afectó un ojo, que perdió por el resto de su vida…”
Sin embargo a Rafael Núñez no le iría tan bien ya que había padecido meses atrás un dengue severo que le había mermado las fuerzas. No se explica la señora Rafaela por qué Núñez fumó aquel cigarro. “A los cuatro días, dijo Rafaela, terminó muriéndose”.
Esta versión del asesinato es llamada por Enrique Revollo del Castillo como “procaz leyenda” en su libro Núñez, el desconocido.
Los días siguientes a esta reunión en la casa de Rafaela están anotados ampliamente en toda la historiografía.
“Tengo la cabeza como hueca; las ideas se me escapan, no recuerdo nada, ni los nombres de las personas”, le dijo Núñez esa noche a Soledad quien preocupada había mandado a buscar a Eduardo Román, médico de confianza y hermano que estaba en Panamá, aprovechando un vapor que había zarpado. Mientras regresaba, ella usó los conocimientos en medicina: Núñez creía en la homeopatía y no permitía que lo examinaran los médicos convencionales.
En la noche fue visitado por los hermanos Ernesto y Julio Palacio, conocidos periodistas y escritores de la época. Hablaron de literatura en su sala hasta entrada la noche. Núñez se mostró aguzado y discutidor y se notó que la charla le alegró un poco; sin embargo, durante todo este tiempo, sintió impresionantes dolores sin decir nada. ––Me siento la cabeza como piedra. No puedo raciocinar bien. Me tomaré un sedlitz––, dijo luego de que los Palacio abandonaran la casa. El sedlitz era un medicamento antiácido de la época y se tomaba con azúcar.
Ésa noche Núñez no podía dormir. Pero hizo algo que pudo haberlo empeorado. Soledad Román comentó al poeta Daniel Lemaitre en una extensa entrevista: “Estaba distraído y se tomó el sedlitz. Me llamó y me levanté de la cama. Comprendí que estaba inquieto”.
Luego Núñez esnifó algo de rapé y cometió otro error, volvió a fumar uno los misteriosos tabacos con el fin de relajarse. Fumó toda la caja.
“Mientras se le pasaba el malestar ––dice Soledad–– me senté en una silla al pie de su cama. De pronto se incorporó, se puso de pie, abrió los brazos como buscando equilibrio y cayó hacia atrás, quedando a través en el lecho. Ya no habló más”.
Se inició entonces la agonía. Su cuerpo ya estaba debilitado por el dengue que había padecido tres meses atrás. Cuando su médico de confianza, Eduardo Román, llegó de Colón ya se encontraban dos médicos de la ciudad al pie de su cama tratando de hacer lo posible para salvarle la vida.
Le aplicaron vejigatorios y emplastos de barro en el abdomen, que en ese entonces se creía que podían curar las inflamaciones intestinales.
“La palidez del rostro era intensa, y a más de esto tenía el párpado izquierdo caído, hasta el punto que sólo lo levantaba cuando ella (Soledad) le llamaba la atención, volviendo a dejarlo caer”, asegura Gustavo Otero Muñoz en su libro La vida azarosa de Rafael Núñez.
“Los médicos hicieron cuanto pudieron, pero no lograron que articulara una sílaba. Se daba cuenta de lo que sucedía y debió sufrir mucho. Cuando llegó Lascario Barbosa a desprenderle un vejigatorio, lo miró con ojos aterrorizados y le tendió los brazos como buscando amparo”, agregó doña Soledad. Fueron casi cuatro días de agonía.
El 18 de septiembre a las 6 de la mañana el Monseñor Eugenio Biffi llegó para darle la confesión. Para afirmar a sus preguntas Núñez tenía que apretarle la mano al reverendo.
Soledad Román dijo a Lemaitre que un par de lágrimas brotaron de los ojos de Núñez en el momento de la extremaunción, lágrimas que ella secó con un pañuelo que después daría como símbolo de amistad al presbítero Pedro M. Revollo. Paradójicamente Núñez había sido el hombre con mayor rasgo anticatólico en todo el siglo XIX.
El escritor Alfredo Iriarte en su libro Muertes legendarias describe que en esta visita y a pesar de su escasa comunicación, Núñez fue enfático en no perdonar a ninguno de sus enemigos, así tuviera que alejarse de los beneficios de la confesión general. Monseñor Biffi se retiró del recinto atribulado.
Festejaron su muerte
A eso de las 9:40 a.m. los cañones de las murallas dispararon anunciando su muerte. Enrique Revollo en el libro Núñez, el desconocido (1939) dice que los estudiantes liberales festejaron encendiendo juegos artificiales en la esquina de la Universidad de Cartagena hasta que llegó la guardia de la ciudad.
Más tarde el gobernador H.L. Román escribió a Miguel Antonio Caro, presidente encargado en Bogotá, un lacónico telegrama: “Tócame el triste deber de comunicar a Ud. que hoy a las 9:30 a.m. dejó de existir, víctima de una fiebre y después de recibir los auxilios de la Iglesia, el Exmo. Sr. Rafael Núñez, Presidente titular de la República”.
Según Eduardo Posada Carbó la muerte de Núñez había sido recibida con beneplácito en Bogotá: no sólo ambos partidos le temían y desconfiaban de él, sino que también había mucho disgusto por cuanto muchas de las decisiones del gobierno se obstruían por Núñez desde Cartagena. Núñez era una piedra en el zapato para todo aquel que tuviera aspiraciones electorales.
Buscando indicios
El cuerpo del Reformador fue embalsamado por el médico de 26 años, Miguel Lengua, quien sería una de las eminencias de la medicina local. Lengua utilizó arsénico en gran cantidad con el fin de que pudieran hacerse las honras fúnebres que duraron más de cuatro días. A esto siguieron manifestaciones de adversarios del Reformador en el Playón del Blanco tratando de impedir que los asambleístas, venidos de otras regiones, dijeran sus arengas. Durante el evento uno de ellos, el representante por Antioquia (liberal) recibió una pedrada cuando estaba en la tarima.
El cadáver fue enterrado en la Iglesia de San Pedro Claver. Cuenta Daniel Lemaitre, en un pasaje de La Ñapa, que varios años después, durante la Guerra de los Mil Días, doña Soledad ordenó una madrugada que el cadáver fuera desenterrado y trasladado secretamente hasta el revellín de Santa Catalina (actual entrada al barrio San Diego), cercano a la entrada de Paz y Concordia, para que no sirviera de botín a los soldados. Ella le aseguró a Lemaitre que la noche del traslado vio el cadáver y estaba intacto y que incluso su rostro tenía la misma expresión de cuando murió y que la piel estaba aún con lesiones que le salieron durante su convalecencia.
El médico Henry Vergara en su libro Historia patria desde la mecedora, se atreve a tratar el asunto en el capítulo “Núñez, el asesinato que nunca se contó”. Dice que en su infancia conoció a uno de los descendientes de doña Soledad llamado Jorge Román García y que este aseguraba que Rafaela “La Radicala”, en su lecho de muerte, habló sobre el misterio de la muerte de Núñez, diciendo que sabía quién lo habían envenenado con unos tabacos pero que se iba a llevar ese secreto a la tumba.
De esta forma puede haber motivos de peso para examinar hoy, con las nuevas técnicas, los restos del Reformador que, luego de la Guerra de los Mil Días, fueron dejados en un mausoleo de La Ermita de El Cabrero.
¿Cómo envenenar a alguien?
Por aquel entonces el envenenamiento era la forma predilecta para asesinar a alguien y las sustancias comúnmente usadas eran arsénico (que disfraza el asesinato) y cianuro. Había incluso guías para usarlo en libros de ciencia de la época y en algunas novelas.
El método clásico para envenenar a alguien sin dejar huellas incluye una fase latente (aplicación del arsénico de forma imperceptible) y luego, de acuerdo a las contingencias y según el comportamiento entre la víctima y el victimario, se da una fase mortal (“el golpe de gracia”). Esta, de acuerdo a investigaciones recientes, fue la forma en que envenenaron a Napoleón Bonaparte.
El arsénico es incoloro, inodoro y sin sabor y puede ser mezclado sin riesgo de detección en alimentos y bebidas. Es suficiente una pequeña cantidad contenida en un pequeño envoltorio para cometer un asesinato.
En el caso de Núñez se puede confirmar un dato: que doña Soledad sí era precavida y tenía a dos mujeres jóvenes a las que les pagaba un sueldo con el fin de que probaran los alimentos de la familia antes de ingerirlos.
La escritora y chef Teresita Román de Zurek, nieta de Enrique Luis Román ––hermano de Doña Soledad–– me contó que a principios del año 1950 conoció a una de esas empleadas, quien estaba moribunda en un asilo de jesuitas, y esta le dijo que si Rafael Núñez fue envenenado no fue por alimentos ya que Doña “Sola” ejercía estricta vigilancia.
“El rey de los venenos”
Soledad Román, en la entrevista con Lemaitre y su hermana “La Radicala” en el libro Escrutinio histórico coinciden en asegurar que Núñez se refirió varias veces al agradable olor de los tabacos. El arsénico sólo en su estado gaseoso tiene olor, y no precisamente agradable, ya que es parecido al ajo estrujado.
Por la época de Núñez se lo usó bajo la forma de anhídrido arsenioso: un polvo blanco e insípido, inodoro, al que llamaron “polvo de la sucesión”, o “rey de los venenos”. Fue el componente esencial de la “acquetta di Peruggia”, o del “acqua di Napoli”, que produjo centenares de víctimas. Se parece al azúcar impalpable. Cuando se emplea con fines delictivos es de difícil diagnóstico puesto que simula una enfermedad gastrointestinal con episodios sucesivos.
Los síntomas de envenenamiento por arsénico se dan porque el veneno interfiere en el metabolismo celular, lo que se manifiesta principalmente en las células endoteliales, por lo que una de las manifestaciones fundamentales es la vasodilatación paralítica de los capilares sanguíneos con alteración de la permeabilidad, lo que explica el pasaje de líquidos a la luz intestinal, los vómitos profusos y las diarreas imparables, el edema subcutáneo, y como consecuencia de todo lo anterior hipotensión arterial y shock, así como también lesiones en los tejidos glandulares. Pero estos no fueron los síntomas en Núñez ya que las cefaleas eran de notable relieve.
Descartado el envenenamiento por vía de los alimentos nos centramos en el olor de las calillas. El único veneno de la época con agradable olor era el cianuro de mercurio, que al parecer huele a almendras amargas.
El cianuro de mercurio se obtiene mezclando sirope (ron) de almendra (común en la época) y camomel, un emético (vomitivo de uso común que contiene cianuro).
¿Cuánto cianuro es necesario para que en el acto de fumar dos o tres cigarros pueda producir la muerte en tres días? Según la toxicología se necesita de diez a quince gramos. Estos pueden estar ligados con sirope o ron sin alterar el potencial del veneno. Pero los tabacos debieron ser sumergidos en esa mezcla durante un tiempo considerable y fue absolutamente necesario que Núñez fumara varios. A esto se le sumó su constitución debilitada por el dengue sufrido semanas anteriores.
Los síntomas
Los venenos producen lesión tisular (los procesos vitales naturales se interrumpen). Los venenos se clasifican según sus efectos en corrosivos (ácidos o álcalis), irritantes (arsénico, mercurio, yodo) y narcóticos (el alcohol, el opio y sus derivados, la belladona, la trementina, el cianuro, el cloroformo, la estricnina, la toxina botulínica y otros). Estos últimos se conocen como venenos sistémicos, actúan sobre el sistema nervioso central, el corazón, el hígado, los pulmones o los riñones hasta que afectan los sistemas respiratorio y circulatorio).
El posible envenenamiento de Núñez cae en el patrón de veneno narcótico con cianuro, pero a través de un medio gaseoso, lo que produjo efectos implacables en el sistema nervioso central y sobre órganos como el corazón, el hígado, los ojos, los pulmones y los riñones. Luego vendría la inconciencia, las convulsiones y el delirio.
Son diversos los tratamientos para contrarrestar el efecto de un veneno. Los eméticos actúan a nivel local sobre los nervios gástricos, o a nivel sistémico sobre el centro del vómito del cerebro. Pero los eméticos no se deben administrar en personas que hayan ingerido un veneno corrosivo o irritante. Al parecer esto le ocurrió a Napoleón cuando ingirió los eméticos con sirope aumentando así la absorción. Si Núñez ingirió el sedlitz también hizo que aumentara la absorción del veneno por vía oral aunque ya el daño estaba hecho por vía respiratoria.
Lo más importante en realidad es la obra de Rafael Núñez, pero una figura como él motivó toda una leyenda negra dada la impresionante influencia que ejercía en la vida del país y que ejerce en más de un siglo después de su muerte.
Un aspecto que está sin explicación es por qué un hombre que combatió en tantas guerras cruciales de la Nación y enfrentó a peligrosos enemigos políticos, en dicha época, haya cometido varios errores de seguridad.
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